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  • 05 Sep 2018
La corrupción

A pesar de la existencia de diversos códigos de ética, principios morales y un sinfin de asociaciones dedicadas a la difusión de protocolos anticorrupción, este cáncer, que representa la corrupción, se encuentra muy arraigado en nuestra vida diaria y la práctica de la abogacía no es la excepción. 

¿Qué podemos hacer si sólo así funciona? Estoy segura que esta es una pregunta que todos nos hemos hecho por lo menos una vez en la vida, pero la respuesta nunca parece ser muy clara. Sin embargo, hay mucho que podemos hacer, de hecho, todo.

Para esto, lo primero que como ciudadanos y especialmente, como abogados, debemos tener presente es que estas prácticas existen porque nosotros mismos les damos vida con nuestro actuar.

Ser autocríticos y conscientes de los hábitos, tanto profesionales, como cotidianos, que vamos desarrollando, es primordial para comenzar a vivir un cambio. Por ejemplo, resulta un tanto injusto y hasta ilógico, achacarle toda la responsabilidad de la corrupción existente en el Poder Judicial a los jueces, magistrados o funcionarios públicos en general, cuando el mismo abogado es quien “impulsa” los procesos con “gratificaciones” extraordinarias que van nutriendo un mal hábito entre quienes se acostumbran a recibirlo y como consecuencia, las personas que después deciden hacer las cosas legalmente, se encuentran con que parece imposible hacerlo sin satisfacer estos vicios. 

Es por esto que cuando más abogados se comprometan a sostener políticas de anticorrupción en lo individual y lo transmitan a quienes les rodean, utilizando la ley como el único camino rector de su actuar, podremos dar un primer gran paso hacia la justicia real. 

Ahora bien, esto es en cuanto a la presencia de la corrupción en la abogacía, sin embargo, invito al lector a realizar un ejercicio de estricto análisis y autorreflexión de todas aquellas pequeñas practicas de corrupción, a las cuales muchas veces no le ponemos ese nombre y apellido, pero que, si lo pensamos, son igual de dañinas tanto a pequeña como a gran escala.

Hay que ser muy conscientes de que el camino fácil (para lo que sea) no siempre trae las mejores consecuencias para nuestro entorno como sociedad y recordar que, como miembros de esta, debemos conservar un sentido de alteridad, lo que implica ponerse en el lugar del “otro”, alternando la perspectiva propia con la ajena para con base en esto lograr buscar el bienestar común en el que a todos, estoy segura, nos gustaría vivir. 

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